jueves, 22 de febrero de 2007

Primera página de la novela

¡Pero che, esto es un desierto!. No que va, tu estás mirando mal. Eso que ves, son peladeros de donde salen unas hormigas grandes, que los nativos llaman culonas porque el trasero es muy abultado y es la base de su alimentación, junto con los criaderos de cabras, que precisamente se dan en esos mismos peladeros. Vos estás ciego, René, esto es un desierto, ¡mirá!. El que esta ciego sos vos, Alfredo, porque lo que yo pude leer en un libro de historia sobre este pueblo y en lo que me contó mi contratista, aquí los nativos cultivan las hormigas y las cabras. Y precisamente hubo un político, si mal no estoy, Custodio García Rovira, quien en una manifestación política, dijo que los habitantes de esta región comían hormigas, pero que cagaban plomo. ¿Entonces son gente peligrosa?. Desde luego que si, sobre todo en gavilla, solos no tanto. El avión DC 3 de Avianca iba perdiendo altura para tocar la pista del aeropuerto Gómez Niño. Ya se alcanzaba a ver la pequeña torre de control, con su balconcito saledizo y en cuyo remate aparecía una bandera blanca. Mirá, izaron una bandera blanca para recibirnos, porque me han contado que los nativos son muy hospitalarios con los de fuera, (mientras que son una mierda con los de adentro). Pero mirá, hay más gente que en una manifestación y traen pancartas, no jodás que me hacés recordar el Boca, no estoy para nostalgias, ¡che!. Sí, mirá, hay mucha gente. Avianca les comunica que acabamos de aterrizar en el aeropuerto Gómez Niño de la ciudad de Bucaramanga, les agradecemos mucho la confianza en la empresa y les rogamos tomar sus objetos de mano; quienes tengan tiquete de regreso a la salida se pueden comunicar con uno de nosotros. Temperatura 27 grados. Muchas gracias. ¿Donde están Adolfo y Néstor Raúl?. Miralos, atrás están. Los pasajeros fueron ubicándose en el pasillo del pequeño avión DC 3 de Avianca y con sus maletines de mano y sus objetos personales, esperaban ansiosos a que colocaran la escalerilla para descender. Afuera el calor se espesaba como si el aire no corriera, como si se pudiera cortar en tajadas y dificultara el desplazamiento. Los hinchas del equipo Atlético Bucaramanga se arremolinaban alrededor del salón de espera, con sus pancartas, en donde se podía leer: bienvenidos cracks. Gracias maestros por venir, están en su casa. Y cuando René, Alfredo, Adolfo y Néstor Raúl se asomaron a la escalerilla, el coro en una sola voz repetía el estribillo, ¡Búcaros!, ¡Búcaros ¡. En menos de nada se fueron apoderando de cada uno de ellos y los fueron levantando en hombros, repitiendo el estribillo, ¡Búcaros!,¡Búcaros! .Y el entusiasmo alcanzó hasta para que levantaran en hombros a un anciano que bajaba penosamente la escalerilla, mientras le quitaban el bastón con el cual se sostenía, lo mismo que una señora también entrada en años, quien al verse levantada en el aire se defendía a puñetazos y repetía: ¡a mi me respetan, parranda de hijueputas!. Los hinchas en medio de su entusiasmo no sabían a quien levantar en hombros y la emprendían contra el que fuera apareciendo hasta que uno de ellos, trataba de hacerse oír gritando a voz en cuello: únicamente a los cracks, únicamente a los maestros y, entonces, volvían los ojos arriba para ver a ver a quien habían levantado y que efectivamente apareciera uno de los maestros en sus hombros y no una señora o un anciano. El frenesí era total y el estribillo ¡Búcaros!, ¡Búcaros! llenaba los aires, mientras un conjunto de tiples y guitarras, interpretaba un lánguido pasillo. Uno de los pasajeros que había corrido con buena suerte, pues no lo habían levantado en hombros preguntaba perplejo a uno de los maleteros del aeropuerto qué estaba pasando. Y él le contestó, que se trataba de los nuevos jugadores del Atlético Bucaramanga que acababan de llegar de la Argentina para reforzar el equipo. Ya entiendo, se dijo para si el aturdido pasajero, quien continuó avanzando hacia el lugar donde le debían entregar su maleta de viaje. Allí ya se encontraban los jugadores, quienes luego de un recorrido triunfal por la sala de recibo del aeropuerto, los habían dejado allí, donde a su vez estaba la reina del civismo, su majestad Claudia Primera, a quien se le veía feliz con un ramo de flores en las manos para ser entregado a los jugadores y una sonrisa que no le cabía en su pequeño cuerpo, vestida de blanco y con un coqueto sombrerito, que terminaba en un velillo que dejaba ver su piel tersa, blanca e infantil. También estaban los directivos del equipo, quienes no habían podido saludar a las contrataciones para ver como estaban y cómo venían, para verificar si se justificaba la inversión, como si se tratara de la importación de unas lámparas de cristal checoslovaco o una costosa bajilla de Sevres. Primero se acercaron los directivos hacia los jugadores, unos hombres maduros, fornidos, que daban la sensación de estar bien alimentados, a base de buena carne de exportación; blancos, posiblemente hijos de inmigrantes europeos, que habían ido llegando a la Argentina en procura de un buen vivir y de pronto para sacarle el cuerpo a alguna de las guerras mundiales. Señores, les dijo el gerente del club, un hombre alto de cuerpo, robusto, moreno, que contrastaba con la blancura de la piel de los jugadores; en nombre del Club y de la ciudad, reciban un saludo de bienvenida, deseándoles que sea muy grata la permanencia en esta ciudad. Y a continuación le picó el ojo a la reina del civismo, quien se acercó con el ramo de flores en sus manos y se lo entregó a uno de ellos, al que consideró de más edad y de mayor jerarquía, en este caso a Adolfo, un curtido jugador que se había hecho célebre en su país, unos veinte años atrás, cuando el valor de la carne tenía un mejor precio que ahora. Adolfo recibió el ramo de la reina del civismo al mismo tiempo que le decía: gracias, muchas gracias. Los periodistas de prensa y radio que no habían tenido oportunidad de conversar con ellos, consideraron que era su turno y se fueron acercando para conocer sus impresiones de viaje, de su pasado futbolístico y de sus posibilidades dentro del fútbol nacional. Pero el asedio de la gente era intenso, tanto hombres como mujeres de modesta condición, pugnaban por acercarse a los jugadores y lograron hacerlo, antes de que los periodistas hicieran de las suyas con los cracks. Una de ellas, una mujer en camino hacia los treinta años, de piel canela y unos ojos vivaces se le acercó a Néstor Raúl y tendiéndole la mano, le dijo, buenos días, doctor. .............(continua)